Esos niños guaraníes


Escuchá y lee el editorial del sábado 29 de octubre de 2016:



En nuestro país no todos tienen los mismos derechos. Y aunque la Constitución diga que todos somos iguales ante la ley, desde hace muchos años sabemos que esa proclama no siempre se lleva a la práctica.
La noticia de 50 niños integrantes de una comunidad guaraní de la provincia de Misiones, que tienen que atravesar todos los días, de ida y de vuelta, un arroyo de 26 metros de ancho para ir a la escuela, recorrió algunos medios informativos.
Sus padres y maestros vienen reclamando la construcción de un puente desde hace 10 años pero todavía no han tenido respuesta. O mejor dicho, sí la tuvieron y fue un rotundo “No”. Porque a veces no es necesario hablar o emitir un decreto o ley, la omisión también es una respuesta.
Se mojan todos los días, pierden sus útiles, carpetas y libros, y hasta corren el riesgo de perder su propia vida, pero ellos, quizás como parte de una aventura (porque al fin y al cabo son niños), pero también porque desean aprender, todos los días asisten a la escuela.
Entonces una vez más nos preguntamos en dónde están los derechos humanos para estos niños argentinos, integrantes de una comunidad aborigen. Y también nos gustaría saber dónde está el gobierno de la provincia de Misiones, o el nacional, con sus distintas administraciones, que no todavía, después de 10 años, no han dado respuesta.
Seguramente un puente en ese lugar, en donde viven 26 familias, en la región noroeste de Misiones, entre las localidades de San Vicente y El Soberbio, digo, un puente allí no tiene mucho rédito político. Porque, en definitiva, “¿qué pueden aportar a un candidato o funcionario, 26 familias indígenas?”. “¿Qué puede ganar de esa obra de infraestructura?”. “Al fin y al cabo, son sólo 50 chicos guaraníes”.
Aunque nos parezca repugnante, no son pocos los políticos que deben pensar así y que sólo se mueven por aquello que sirva a su causa.
Mientras tanto, esos 50 “aventureros” seguirán cruzando las aguas de un arroyo, que muchas veces por la crecida se convierte en un cruce fatal, para llegar a la escuela. Y quizás, y Dios no lo permita, sólo cuando la noticia tenga ribetes de catástrofe, algún responsable decidirá poner la firma para que ese puente, por diez años pedido, sea una realidad.
Los gobiernos necesitan tomar conciencia de las verdaderas necesidades de las personas, pero de todas, de las que habitan las grandes metrópolis como de los que se encuentran en la Argentina profunda, adonde viven hombres y mujeres que merecen ser respetados, ellos y sus derechos.
Esperamos que pronto podamos leer que el puente es una realidad y que esos 20 chicos siguen disfrutando de las aguas del arroyo, pero sólo para refrescarse en verano y vivir en plenitud su niñez.

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