Cuando las malas decisiones del Estado son fatales



Hay frases que muchas veces usamos sin medir su verdadero valor y sentido. Pero llega el momento en que esas palabras toman tal potencia que provocan tremendo impacto.“El tiempo es oro” dice una de esas locuciones coloquiales que tanto escuchamos o hemos usado. Aunque en este caso el tiempo no sólo es “oro” sino también “vida”. Y en esta oportunidad ninguno de los responsables fue capaz de darse cuenta.
Y me refiero a Nicolás Almada, el niño de seis años que falleció a consecuencia de los golpes recibidos, aparentemente, por su madre y padrastro, en la ciudad de Santa Fe.
Parte de mi indignación pasa por el hecho de que el mismo niño fue internado también en el 2015 a consecuencia de golpes recibidos en su entorno familiar. El niño había sido internado en octubre del año pasado con un traumatismo de cráneo y signos de maltrato infantil. "Lo encontró una suboficial deambulando por la calle y lo ingresaron a otro hospital, del cual fue derivado. Quedó tres o cuatro días internado y se lo dimos a sus abuelos con orden de protección urgente", expresó el doctor Osvaldo González Carrillo, director del hospital de niños de la capital provincial.
¿Qué pasó con la “protección urgente” que en esa oportunidad las autoridades se dieron cuenta que hacía falta para asegurar la vida de la criatura? ¿Era el mejor destino la casa de sus abuelos, un lugar a donde sus progenitores podrían acceder sin estorbo? ¿Quién se descuidó para que otra vez, y de manera fatal, Nicolás estuviera a merced de sus asesinos?
Las políticas sobre infancia y adopción en nuestra provincia promueven mantener hasta el extremo la vinculación de los niños con sus relaciones naturales, pero la prueba está de que no en todos los casos eso es lo más aconsejable.
¿Quién es el responsable de la muerte de un niño de sólo seis años? Sí, los culpables son quienes golpearon a la criatura hasta dejarlo sin vida, pero las autoridades, aquellas que en el 2015 conocieron la situación y dejaron la seguridad de Nicolás en manos de sus abuelos, también.
“No sirve llorar sobre la leche derramada”, otra frase de uso común. Lamentablemente en este caso hablamos de algo mucho más importante que alimento. La vida de una persona de sólo seis años terminó: crónica de una muerte anunciada. Y lo que la justicia haga de aquí en más con los responsables ya no devuelve la vida de Nicolás ni la salud psicológica de su hermana de sólo 11 años que, además de haber sido también golpeada, fue testigo del atroz final.
Algo debe cambiar. Y la democracia debe servir para que eso suceda.

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