Por el derecho a Ser


Editorial del 22 de octubre de 2016. Leélo y escuchalo:

¿Quién soy? ¿Cuál es mi nombre? ¿Cuáles son mis orígenes? ¿De dónde vengo? ¿Para qué estoy acá?

Preguntas como estas son aquellas que, en su momento, dieron inicio a las grandes ciencias sociales en la búsqueda de nuestra identidad como hombres y mujeres, distintos, pero semejantes. Y hoy, en pleno siglo XXI, después de que en nuestro convulsionado mundo se hayan sucedido regímenes genocidas que terminaron con la vida y la identidad de tantos, todavía muchas de esas preguntas siguen sonando en el aire, buscando una respuesta, esa que dé descanso a un largo peregrinar.

Conocer en verdad quiénes somos es mucho más que mirarnos en el espejo y reconocer nuestra imagen. Es observarnos en nuestra historia y saber de quienes nacimos, cómo se llamaban en realidad, qué hacían y por qué, cuáles eran sus pensamientos, sus ideales y sus sueños. Es el derecho de conocer, que, quizás, no en todos los casos signifique comprender o aceptar, pero seguramente es ese conocimiento el que nos ayuda a saber quiénes somos nosotros o a dónde queremos llegar.

Los hijos y los nietos de los hombres y mujeres desaparecidos de manera forzosa por la última dictadura siguen buscando su identidad, y como sociedad debemos contribuir a que su historia se conozca y a que los aún “perdidos” en otras familias, en otros nombres y en otros apellidos, suprimidos de su verdadera identidad, puedan llegar a conocer quiénes en verdad son.

Pero también, como sociedad, debemos contribuir a que no existan más “desaparecidos”. Y no me refiero a los que de un día para el otro no sabemos en dónde están, víctimas de un sistema incompetente para encontrarlos, sino a las otras víctimas, que también son víctimas de la democracia.

Hablo de aquellos que caminan, se mueven, transitan la sociedad en busca de un lugar para dormir, de los que pululan por las esquinas buscando una ayuda, de aquellos que habitan los asentamientos de emergencia de esta Argentina del siglo XXI. Hablo también de los argentinos que viven en provincias en donde todavía no hay agua potable, energía eléctrica ni servicios sanitarios. Pero que tampoco tienen trabajo, educación y salud pública dignas.

Todos ellos son “desaparecidos” del resto de la ciudadanía, los invisibles que son usados únicamente para las campañas y las promesas políticas, o para un editorial como el que estoy haciendo. Pero que en el resto del tiempo siguen ahí, ocultos, sin identidad, sin nombre ni apellido, sin historia ni derechos.

Cada uno reclama lo que les pertenece: el derecho a saberse parte de una nación, de una sociedad, que, en algunos casos, les devuelva su identidad y, en otros, que no se las robe por omisión. Solidaridad con unos y con otros. Sin banderas políticas ni ideológicas. Por respeto a su dignidad humana.


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