Mi verdad… ¿o la nuestra?


En los hechos humanos, una verdad siempre tiene dos caras. No hablamos de verdades absolutas ligadas a la fe, sino de aquellas que tienen que ver con los hechos de los hombres.
Me refiero a esas verdades o posturas que cada uno de nosotros levantamos como “la verdad”, queriendo que todos acepten nuestra posición.
Es así cuando hablamos de una “verdad” política: están los seguidores y los detractores. Ambos defendiendo su postura; ambos convencidos de estar en “la verdad”, ambos cerrados a la mirada del otro. O están las “verdades” que aparecen en los medios de comunicación: si Clarín dice que sí, seguramente Página 12 dirá que no; si C5N opina de una manera, entonces canal 13 dirá lo opuesto.
El error que venimos cometiendo desde hace varios años es no escuchar, es negarnos a atender a las razones que tiene el otro, a sus fundamentos, y cerrarnos únicamente en nuestro opinión. Y así seguimos, peleándonos y dejando que la llamada “grieta” siga ahondando las diferencias, que existen, como es natural, pero que no pueden llegar a ponernos como enemigos los unos de los otros.
La corrupción es condenable venga de donde venga y sirva a quienes sirva. Decir que no importa que sean corruptos si es que hacen cosas buenas para la gente, es una falsedad que no le hace bien a nadie. Debemos llegar a tener gobiernos que respondan a las necesidades de la Nación y que, además, sean honestos. Esa sí es una verdad que debería ser sostenida por todos.
Ningún gobierno puede defender ni respaldar actos de injusticia, cometidos por ellos mismos o por los distintos poderes del estado, con el fin de combatir la supuesta corrupción de algún sector o personaje. Para eso necesitamos una justicia imparcial o lo más justa posible. Porque si decimos que la justicia es ciega, y así la representamos con una estatua con sus ojos vendados, entonces tiene que ser imparcial y para todos por igual.
Somos una Nación que hace sólo 33 años se está reconstruyendo después de décadas de gobiernos de facto que interrumpieron el orden constitucional. Estamos aprendiendo, debemos seguir creciendo, pero no vamos a poder hacerlo si seguimos encerrados en posturas particulares sin ver ni oír al otro, con sus diferencias, pero tan digno de ser escuchados como nosotros.
Deberíamos poder aprender a construir nuestra vida democrática sabiendo escuchar y atendiendo a las opiniones de los demás porque, sólo así, vamos a consolidar una Nación fuerte a prueba de cualquier intento desestabilizador. Construyamos juntos una verdad que contenga a todos.

Editorial del 19 de marzo de 2016

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