Animarse a marcar la diferencia



Cuando todas las noches disfrutamos de un colchón, sábanas y un techo, es muy difícil entender la situación de cientos de personas que se encuentran en la más oscura miseria: porque además de la falta de trabajo, de ropa o de estudios, ellos tampoco tienen una casa, un lugar,un hogar que los contenga y en donde sentirse seguros.

La calle pasa a ser esa inmensa habitación en donde confluyen cientos de hombres, en su mayoría, pero también mujeres y niños. La calle pasa a ser su lugar, pero no ese lugar seguro, confortable o amigable, sino, todo lo contrario: muchas veces es el sitio de la lucha por la supervivencia, de la búsqueda de un pedazo de comida y de un lugar, aunque sea bajo un árbol, en donde sentirse “seguros”, si es posible estarlo allí, a la intemperie.

Y a la profunda desesperación que genera el estar abandonado “a la buena de Dios”, se le suma la desaprobación de la mayoría de la sociedad, de los hombres y mujeres que sí tienen un techo, que sí tienen un trabajo y que sí tienen posibilidad de pensar en un futuro. Esos hombres y mujeres que pasan a su lado con un gesto de fastidio, de repugnancia, de desprecio. Hombres y mujeres como ellos. Iguales, no distintos; semejantes, sólo que a ellos se les dio la oportunidad de poder progresar, sólo que ellos, quizás, tuvieron una familia que los contenga y los ayude en los momentos difíciles.

Porque si hay algo que no tienen las personas que viven en la calle es una familia. A veces por errores cometidos y otras porque simplemente los dejaron solos. Pero, ¿quién no se ha equivocado alguna vez? ¿Quién puede tirar la primera piedra?

Sin embargo, en vez de ponernos del otro lado y pensar que quizás nosotros podríamos estar en esa situación, surge la discriminación, el repudio del otro diferente, del que no piensa ni vive como yo, del que tiene una piel distinta a la mía. La misma discriminación que generó los grandes horrores de la historia como el apartheid de Sudáfrica o el racismo de los Estados Unidos.

Pero no es necesario irnos tan lejos en el tiempo y en las distancias, porque acá mismo vemos y somos parte de una sociedad que da la espalda a quienes han tenido una suerte distinta a la nuestra y hoy habitan los suburbios y arterias de nuestras ciudades.

Somos iguales. Ellos son iguales a nosotros. Y sólo necesitan que les demos la oportunidad de salir, una posibilidad de avanzar, una mano amiga que los acompañe en su camino de retorno. Ustedes y nosotros podemos marcar la diferencia. Sólo debemos decidirnos a actuar.

Editorial del 20 de febrero de 2016

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