Las cosas en su lugar

La carrera contra el tiempo en la que estamos metidos, aún sin darnos cuenta, nos impide medir cada cosa por su verdadero valor y nos empuja a usar los parámetros de la sociedad consumista y hedonista de la que somos parte.
Todo se mide por el valor que tiene, por lo que nos puede beneficiar, por el provecho que nos pueda otorgar o por las posibilidades de éxito que nos pueda dar. Buscamos el placer en todo, y nos alejamos de lo que está bien, de lo que es bueno, de lo correcto, de lo justo. Si nos hace bien, si nos causa placer, si nos gusta, si lo deseamos… está todo bien.
Pero si la vida sólo se midiera por estas reglas, que vacía y sin sentido sería. Porque cuando las cosas dejan de gustarnos, de darnos placer, las abandonaremos como a un juguete viejo. Y las personas, y las situaciones que nos pasan en la vida, no son juguetes para descartarlos porque sí.
Nuestras situaciones, nuestras luchas, nuestros triunfos y fracasos, las personas que nos rodean, las que nos aman y las que no, a las que amamos… y a las que no, merecen todo nuestro respeto y valoración. Cada instante de vida merece ser aprovechado al máximo, merece ser tomado con respeto y responsabilidad. Todo ayuda a bien. Todo sirve como aprendizaje, todo va moldeando nuestro carácter y nuestra personalidad.
Hay historias y realidades que nos ayudan a poner las cosas en su lugar.
Veintiseis jóvenes privados de la libertad de nuestra ciudad recibieron su diploma como personas alfabetizadas: ahora pueden leer, escribir, sumar y restar. La división entre los que están encarcelados, seguramente por un delito que cometieron, y los que estamos en libertad, de alguna manera comienza a desdibujarse. Porque ellos, a pesar de sus errores, también son personas que merecen crecer.
La historia de Lichu Zeno, este joven rosarino que fue diagnosticado con leucemia y, en lugar de acostarse a esperar su final, decidió pelearle a la vida, nos sirve ejemplo. A partir de una mala noticia, Lichu comenzó a darle un nuevo sentido a su vida y decidió que cada momento era una nueva oportunidad para seguir luchando.
Y estoy seguro que entre las muchas historias solidarias que hemos contado durante este año podríamos destacar tantas, o todas, como ejemplos de lo que significa resignificar el valor de la vida y de lo vivido.
Lo que está por venir, muy probablemente, nos traerá consigo problemas y dificultades, pero si tomamos esas situaciones como una nueva oportunidad para seguir aprendiendo, estoy seguro que vamos a mejorar nuestra esencia como seres humanos y vamos a darle a la vida el valor que realmente tiene.
Porque no se trata sólo de existir, sino de VIVIR, con mayúsculas.

Alejandro Vena
Editorial del 12 de diciembre de 2015

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