El precio de la solidaridad

Muchas veces escuchamos decir que ser solidario no cuesta nada, que con un poco de nuestro dinero o de nuestro tiempo podemos hacer mucho por los demás. Y en líneas generales es verdad.
Sin embargo, la complejidad social en la cual estamos inmersos llevó a ciertos proyectos o iniciativas solidarias al borde de la muerte. Y no es una exageración.
En esta semana, y en la búsqueda de material para nuestro programa, me comuniqué con Daniel quién, con el deseo de ayudar a los chicos de su barrio comenzó hace un tiempo una tarea solidaria. Todo empezó casi por casualidad, pero la carita de los chicos y la alegría que veía en sus ojos, lo llevó a querer continuar.
Por su seguridad y la de su familia no voy a explicar el tipo de tarea solidaria que realizaba, pero sin duda era algo bastante novedoso y distinto.
Sin embargo la inseguridad y el comercio ilegal de estupefacientes fueron el paredón contra el que se dio de narices, echando por el suelo todo su sueño. Porque la tarea que venía realizando de manera casi silenciosa atentaba contra el negocio del narcotráfico, quitando de la calle a los posibles futuros consumidores. Y el precio lo pagó uno de sus hijos con cuatro balas en su cuerpo.
Gracias a Dios está con vida pero usando muletas.
Entonces, de repente, historias de este calibre nos abren los ojos a una realidad que todavía no terminamos de digerir.
Muchas veces pensamos que ser solidarios es una “linda tarea” que podemos hacer en nuestros tiempo libres, comprometiéndonos hasta cierto punto. Pero para muchos, como Daniel, son un compromiso que tiene un alto costo, un compromiso que puede terminar con la vida de sus seres queridos. Todo por el sólo hecho de ayudar a los demás.
Nos preguntamos adónde está la justicia y las fuerzas de seguridad que tendrían que asegurar la vida de personas como Daniel y los suyos. Pero ya conocemos la respuesta. Muchas veces son parte interesada en este comercio nefasto. O donde están las autoridades que, además de buscar ser respaldadas con el voto popular deberían estar involucradas en estas zonas de nuestra ciudad: barrios en los que todavía rige la ley del más fuerte.
Daniel quiere seguir ayudando a los chicos, pero por ahora piensa en dejar el barrio para comenzar su vida y su deseo solidario en otro lugar. Y es entendible, porque cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a poner en riesgo a los nuestros.
Yo espero que historias como éstas nos enseñen a mirar la solidaridad con responsabilidad, sabiendo que no se trata solamente de un rato de nuestras vidas sino una vocación por la que debemos estar dispuestos a darnos por completo.

Alejandro Vena.
Editorial del 5 de diciembre de 2015.

Comentarios